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Por Mtro. Pedro Bermúdez Solís
Durante muchos años escuché de los labios de mi mentor la “Historia de la Vaca”. Se hizo tan famosa esta tradición, que todos los años era el discurso obligado en las graduaciones del plantel donde trabajo. Sin duda es una historia extraordinaria que se remonta muy probablemente a la inagotable sabiduría oriental, pero que hoy se reviste de especial importancia, dadas las condiciones sociales y económicas que nos rodean.
Cuenta la “Historia de la Vaca” que un viejo maestro quería enseñar a unos de sus alumnos mostrándoles muchas situaciones de la vida real, no anquilosadas por los libros y los temarios acérrimos del salón de clase. Buscando las vías del camino llegaron a un poblado de escasas personas que vivían en pobreza extrema. Lugar tan semejante en nuestra imaginería a los caminos de los altos de Chiapas, con tantos pequeños enclaves a la vía de la carretera.
Miraron especialmente un cobertizo muy pequeño que hacía en veces de casa y en veces de establo donde cohabitan un grupo de ocho personas apiñadas, macilentas y con un eterno olor podrido que emanaba de la penumbra de la puerta. Tristemente sólo poseían para subsistir una vaca macilenta y enjuta, que por las mañanas chorreaba de sí una mísera cantidad de leche de sus exangües ubres. Leche que se consideraba verdadero oro para el sostenimiento familiar.
La vaca era la única posesión dramáticamente importante para ese grupo de ocho personas condenadas a la pobreza. A pesar de tener tantas manos y tantos cerebros, veían en el animal la única forma de sobrevivencia, aunque esta se ciñera a la mediocridad de llevar una vida indigente. Todas las mañanas ordeñaban con sumo cuidado las ubres que les brindaban el único alimento que probaban por el día. La vaca, ¡su sublime posesión!, los condenaba de manera indirecta a no realizar ningún otro esfuerzo para su desarrollo personal ¡Eran pobres! ¡Pero tenían a la vaca!
Por la noche el viejo maestro tomó una daga y degolló certeramente al cuadrúpedo. La sangré corrió como río bronco por entre el jacal. Nadie se percató de lo sucedido. El aprendiz aterrorizado miró a su mentor como un verdadero criminal, pues pensaba que en definitiva con ese acto, el maestro sentenciaba a esa familia a una muerte por inanición segura. No fue así.
Pasado un año discípulo e instructor, por azares del destino, llegaron de nuevo a la vejada población para descubrir que en aquel rincón donde se encontraba la casucha de la vaca, ahora despuntaba por los aires una construcción nueva, más grande, más equipada y exponencialmente mejor ¿Qué pasó? ¿Quizá los anteriores habitantes habían vendido la propiedad a personas más pudientes? Se acercaron a la puerta y de la entrada llena de luz se apersonó un joven que contó amablemente la historia de lo sucedido.
Justo hace un año –decía el joven – encontramos a nuestra vaca patitiesa. Nuestro único sustento, apareció en el chamizo desangrada a la mitad del cuarto. Ante los gritos desgarradores de nuestros familiares pasamos de la angustia a la desesperación hasta llegar a la resignación. Sólo así comprendimos que teníamos que hacer algo diferente para subsistir. Unimos esfuerzos, limpiamos nuestro terreno, sembramos hortalizas y con el dinero obtenido realizamos un círculo virtuoso que nos sacó de la pobreza.
¿Qué moraleja nos deja esta “Historia de la Vaca”? Nosotros somos los responsables de las cosas que pasan a nuestro alrededor (en la mayoría de los casos). Ante un mundo tan competitivo y apabullante solemos rendirnos ante lo poco que tenemos. Cuando nos referimos a lo económico aceptamos lo que poseemos como si fuera algo seguro. Nos aferramos tanto a ello que desperdiciamos infinidad de dones y bendiciones por doquier, que no podemos ver, precisamente porque somos esclavos de lo “pero seguro”.
Es cuando lo exiguo que tenemos se convierte en una maldición, pues nos da la sensación de que tenemos algo. Cuando en realidad tenemos prácticamente nada. No somos totalmente felices con ello, pero tampoco somos totalmente desdichados. “Poco pero seguro”. Esta idea es esquizofrenizante por el doble vínculo de amor-odio descrito por Gregory Bateson. Es como si tuviéramos mucha sed pero sólo lográramos beber dos gotas de agua al día. Odiamos el agua porque no la tenemos, pero a la vez amamos esas dos gotas que nos relajan el gaznate.
Según Bateson, uno de los aspectos de la comunicación esquizofrenizante es que se basa en el envío de dos mensajes. Con la particularidad de que ambos son contradictorios y que el destinatario no tiene la posibilidad de ignorar ninguno de ellos. En este caso entendemos que tenemos “algo”, pero ese algo que nos da seguridad, es el causante de la inseguridad misma. Al desvanecerse moriríamos igual.
No es fácil, es bastante común que existan en nuestra vida muchas situaciones así. Nosotros mismos u otras personas o circunstancias nos han colocado en una situación esquizofrenizante y de la cual no sabemos cómo salir.
Mejorar en todos los sentidos implica esforzarnos. Aún si perdemos a nuestra vaca, si no existe en nosotros una reflexión que nos conduzca a esforzamos en cualquier otra actividad que emprendiéramos, estaríamos irremediablemente perdidos. Sin embargo este esfuerzo consciente de voluntad no asegura que emprendamos situaciones que nos permitan salir avante.
Si permanecemos por largos lapsos de tiempo dentro de una situación paradojal como la descrita en la historia de la vaca, lo que ocurrirá es un estado de absoluta parálisis. Sabemos lo que debemos hacer pero no podemos hacerlo ¿cómo podemos salir de esta encrucijada existencial?
La Psicología del deporte habla de focos atencionales donde nos encauzamos mejor en lapsos breves de tiempo. Desarrollando concentración en ciertos momentos y relajación en otros. Por ejemplo, justo cuando los jugadores de basquetbol tienen que enfrentar en la línea un tiro libre, desaceleran el organismo para mejorar la concentración, la técnica y finalmente la motivación de haber obtenido el punto. Para luego volver a pisar el acelerador continuando en el fragor del partido.
Pocas personas pueden hacer eso en su vida. Distinguir cuando deben de acelerar y cuando deben de reflexionar.
Muchas veces cambiar nuestra situación presente, por muy deleznable que sea, implica afrontar cambios que no se quieren carear. Después de andar un par de pasos, retrocedemos más de lo que habíamos avanzado. Lo patológico se encuentra en aferrarnos a la seguridad que la propia situación de pobreza nos proporciona. O por lo contrario, aferrarnos a la seguridad que demasiada riqueza también podría darnos.
El kid del asunto radica en “darnos cuenta”. En el aprendizaje del aprendizaje. En el metaprendizaje que se basa en preguntarnos ¿Qué hice para cambiar mi situación? El “darnos cuenta” de los pasos o algoritmos que realizamos para emprender situaciones razonadas que nos dieron éxito, muy probablemente nos conduzcan a éxitos futuros. Aun así no despreciemos nuestra naturaleza creativa e innovadora, que va más allá de la simple repetición de pasos algorítmicos. Pero eso, mis queridos amigos, sólo lo hacen los genios. Como dice Mecano en su canción: “Los genios no deben morir”.
La creatividad es un don que no se da en maceta. Parte de un proceso que surge incluso en ocasiones durmiendo. Pues se refiere a esa parte holística poco racional e ilógica que todos los humanos tenemos inmersa en nuestros genes. Que millones de años de evolución, que la naturaleza o Dios mismo implantaron en nuestra esencia humana. Ese uno por ciento en nuestra carga genética que nos separa de los chimpancés, pero que crea personajes como Mozart, Dalí y Gabos, entre otros.
¿Cómo enfrentar una situación de innovación en nuestra vida cuando no somos del todo artistas? Mirar de frente a la situación de pobreza que nos envuelve y nos cansa es una forma de hacerlo. La pobreza cansa. Cambiar cosas en nuestra vida debe de verse como una parte natural de nuestra propia existencia, necesaria para que haya mejoras y no como una catástrofe insalvable.
Cambiar implica movimiento. Fuerza de voluntad. Arrojo que se define exactamente como aquello que no nos gusta hacer, porque esencialmente implica dos esfuerzos en uno. El esfuerzo del jugador de básquet que tiene que estar en la querella del juego y además detenerse en la línea de tiro libre para concentrarse. Como se arrastra en vox populli: “estar en la jugada”. Esa es la receta.
Imaginarte las cosas nuevas que pueden llegar a tu vida también es un aliciente para avanzar. Si miras un solo paso al frente, es bueno, pero sólo es el inicio. El movernos siempre debe de tener una consecuencia más a largo plazo, o que se consiga con la unión de varios objetivos enlazados.
Por otro lado, cuando les eches un vistazo a las personas que se mueven, es bueno preguntarse ¿por qué lo hacen? Han aprendido a automotivarse, autoalentarse, a tolerar la frustración, aceptar pérdidas, aceptar éxitos. La respuesta no es tan simple, siempre se tienen metas postergadas, hechas de pequeños pasos. Comúnmente las personas ejemplares encuentran las cosas en el rincón que menos miran los demás. Porque están acostumbrados a hacerlo.
No te pases la vida mirando a los demás. Cuando tengas un trabajo, una situación o una ocupación que se convierte en un castigo y que no te permite buscar algo mejor, probablemente no seas feliz con ello. Estarás frustrado con la vida de pobreza que llevas, sin embargo te aferras a ello como si fuera tu última tabla de salvación. Eres un náufrago de la vida con una vaca en el vientre ¿Ves lo trágico de la situación? Confrontarnos duele, pero en ocasiones es necesario.
Podrás cometer errores en el camino ¿quién es perfecto? Pero sólo tienes una oportunidad para vivir. Hoy es tu oportunidad de hacer algo diferente. Hoy es tu oportunidad de existir. Úsala.
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